Cuantas veces, en nuestra trayectoria vital, surge algo inesperado que nos hace cambiar precipitadamente el escenario y la forma de actuar. Ese imprevisto resulta más frecuente, y quizás más dramático, cuando no disponemos, como en el caso de la sordoceguera, del abanico de recursos que nos ayuden a poner una acertada solución al problema.
Podemos llamarlo fragilidad, pero es algo que, aunque parezca un contrasentido, nos hace cada día más fuertes y probablemente más valientes. Ser vulnerable no es, en absoluto, sinónimo de debilidad o derrota. Somos, cuando intentamos sacar adelante nuestros proyectos y más sentidas reivindicaciones (que en realidad son derechos), unos luchadores incansables por lograr objetivos concretos.