La imagen de aquellos paisajes desgastados en los que se perdía nuestra mirada; el calor, que creímos eterno, de una familia infinita que nos enseñó a crecer y esos sencillos vínculos afectivos, algunos de los cuales aun conservamos, que nos daban, que nos siguen dando, toda la seguridad del mundo, son las claves del amor por nuestra tierra.
Nada tan fuertemente anclado a nuestros recuerdos, que, además, ha ido creando una coraza protectora, llena de sensaciones íntimas, que nos defiende del conjunto de aspectos negativos de la vida, la misma que te da todo y te quita todo, y de las situaciones difíciles ante nuestra doble limitación sensorial. Un sentido añadido que nos hace más resistentes.