Con tiempo para soñar, divertirnos, aprender y disfrutar; la sordoceguera supone además una aventura sin límites en la que se concentran todas aquellas sensaciones, atractivas cuando éramos más jóvenes, que resultan realmente arriesgadas cuando echamos la vista atrás y ahora comprobamos su auténtica dimensión.
De niños, a pesar de vivir ya con serias dificultades sensoriales, nada importaba y nos podía la curiosidad y esas locas ganas de experimentar que, afortunadamente, hoy no hemos perdido. Gracias a ellas sabemos distinguir muy bien aquello que nos conviene y fortalece de lo que ciertamente es una acción peligrosa.